Brisbane fue el anuncio de que 2017 era el año de su vuelta a los primeros planos. Las victorias en el ATP250 australiano ante Thiem (8°), Raonic (3°) y Nishikori (5°) no pasaron desapercibidas. Su gran presente siguió en el Abierto de Australia, frenado por Nadal en una maratón a cinco sets en semifinales. Luego fue campeón del ATP250 en Sofía (Bulgaria), su país natal. Los mejores dos meses de su carrera. Era el momento perfecto para dar el salto de calidad en los Masters1000 norteamericanos y volver al Top10. Pero los fantasmas del pasado volvieron. La prensa hizo de las suyas una vez más y Grigor Dimitrov volvió a chapotear en el agua como en 2015-2016.
Nueve torneos pasaron para que pudiera encadenar tres victorias consecutivas en un mismo certamen (Queen's y Wimbledon). Pero la mala racha volvió en Washington y Montreal con sendos octavos de final ante rivales muy inferiores a él. Sin siquiera un cuartos de final en los seis Masters1000 del año, llegó a Cincinnati con dudas sobre su nivel, muy distante del mostrado en enero-febrero. El cuadro se abrió por las baja de siete Top10 y el búlgaro no iba a dejar pasar esa oportunidad. Sin perder sets, pero no por eso partidos accesibles, se abrió camino hasta semifinales, instancia a la que había accedido el año pasado, la cuarta en esta categoría.
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John Isner era un escollo durísimo. Campeón en Newport y Atlanta en 2017 y local en Ohio (USA), iba a vender cara su derrota. 7/6 7/6 para Dimitrov, según el propio jugador uno de sus mejores partidos por todo lo que rodeaba al encuentro. Primera final de M1000 tras caer en semifinales de Roma y Toronto 2014, y Cincinnati 2016. El rival en la definición era Nick Kyrgios, debutante también en final, tan peligroso como talentoso y volátil. Pero Grigor, concentrado y enfocado con su plan de juego y sin distraerse, aguantó los embates del rival y sorteó al australiano en sets corridos para ser campeón de Cincinnati. A los 26 años logró lo que todos esperaban de él a los 20. Todo llega.
Franco Davin, único coach argentino campeón de Grand Slam con dos jugadores diferentes, fue entrenador del búlgaro durante nueve meses en 2015-2016. La dupla empezó con elogios entre ellos, pero los resultados no llegaron. Según allegados, Franco habló mucho con Grigor durante su trabajo mancomunado: "El entorno que tiene es un caos, hay mucho para ordenar. Él es un superdotado física y técnicamente. Al potencial que tiene hay que agregarle trabajo y orden". Y eso es lo que hizo de un tiempo a esta parte. El trabajo no da resultados de un día para otro y cada jugador reacciona diferente a los cambios en su vida personal y profesional. Hoy "Dimi" parece haber encontrado el camino correcto.
El mental tanto personal como profesional se nota en la cancha. Atrás quedó el mote de "Baby Federer" que tanto daño psicológico le hizo, y los romances con Serena Williams y luego con María Sharapova, lo que le significó salir en más revistas del corazón que deportivas y de tenis, al fin y al cabo lo más importante, su trabajo, el cual se destaca desde junior. Campeón del US Open en singles, de Wimbledon en dobles y N°1 del mundo en junior, todo en 2008, estaba destinado a ser el futuro del tenis por sus resultados y su estilo de juego, completo y vistoso. El combo perfecto lo completaba su apariencia física, muchas veces tildado como 'el más guapo del circuito'.Algo del #Dimitrov de enero, campeón en Brisbane. La vida del tenista profesional contada por uno de elite. Más en https://t.co/7a9RtUQL3Q pic.twitter.com/SMbq2WsInl— Daniel Vitale 🎾 (@DanielViPiTenis) 22 de agosto de 2017
Feliz como pocos tenistas campeones, el 9° ATP desde el lunes (ex 8°) expresó su alegría ante los medios: "Estoy muy feliz. Muy feliz. Esto es increíble. Ganar un Masters1000, mi primero, no hay nada más que pueda decir. Feliz y abrumado de tener este trofeo en mis manos- Ganar aquí mi primer Masters1000 es increíble. Siempre me gustó este torneo. He jugado aquí varias veces y siempre pensé que éste podría ser uno de los primeros y ha sido el primero. Ahora lo más importante es mantener los pies en el suelo y seguir haciendo el mismo trabajo, creer en mí mismo y prepararme de la mejor manera que pueda para Nueva York".
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Nick Kyrgios es único e irrepetible. Sin títulos en la temporada pero con victorias y derrotas tan rutilantes como sorpresivas, el australiano de 22 años se plantó en la final de Cincinnati luego de tres retiros consecutivos y un octavos de final en Montreal. El triunfo sobre Nadal (N°1 el lunes) en cuartos de final dejó a todos con la boca abierta. Pero no es nada diferente a sus victorias ante Djokovic en Acapulco e Indian Wells o contra Zverev en Indian Wells y Miami, a ambos en semanas consecutivas. Kyrgios es dinamita. La otra cara son sus derrotas contra Jan Satral (157°) en Copa Davis o Nicolas Kicker (92°) en Lyon, por citar solo ejemplos de este año.
Kyrgios juega al tenis como pocos jugadores en el circuito. A veces sin ganas, a veces irrespetuoso, a veces soberbio, a veces genial. Su talento le permite golpear la pelota incómodo y lastimar; sin flexionarse y generar potencia igual. Su servicio es uno de los mejores del mundo, sino el mejor, con velocidad y variantes excepcionales. Fuerte físicamente pero a la vez débil en cuanto a las lesiones, su mente juega muchas veces en su contra. A excepción de los jugadores con los que tuvo problemas, sus colegas dicen que es una buena persona. Lo cierto es que "Nick" le hace bien al tenis, es una bocanada de aire fresco para un tenis acartonado, lleno de caballeros que solo se felicitan entre sí.
Daniel Vitale Pizarro