16 diciembre 2019

El Orange Bowl

El Orange Bowl es el torneo ITF Junior de mayor tradición e importancia para los menores de edad, detrás de los Grand Slams. Disputado desde 1947 en el Estado de Florida (Estados Unidos), a lo largo de las 73 ediciones el evento de fin de temporada ha ido mutando. Diferentes sedes, ciudades, sponsors, categorización e incluso se fueron agregando y modificando divisiones por edades para albergar a una mayor cantidad participantes. Considerado el campeonato mundial juvenil, el "Quinto Grand Slam Junior" busca volver a ser la parada obligatoria de los mejores jóvenes del mundo para concluir sus temporadas tenísticas. La idea de Eddie Herr de crear un torneo con el objetivo de que su hija Suzanne pueda competir con chicas de su edad, paso previo al profesionalismo, superó la prueba del tiempo.
La edición inaugural fue en el 'Flamingo Park Tennis Center' de Miami Beach con las categorías 'Under 18' y 'Under 15', masculino y femenino respectivamente. El año siguiente se incorporó la categoría 'Under 13', conviviendo tres franjas etarias durante una misma semana. El certamen fue ganándose un lugar en el calendario Junior e iba tomando relevancia mundial, por lo que en 1962 decidieron cambiar el formato. Ya no serían tres las divisiones sino cuatro: U18, U16, U14 y U12. Tampoco compartirían más escenario y la denominación del torneo también sería alterada: The Orange Bowl International Tennis Championships (U18-U16) en Miami Beach y The Junior Orange Bowl (U14-U12) en Coral Gables.
En 1978 la International Tennis Federation le otorgó la categorización 'A' al evento por el prestigio que se ganó con el correr de los años, gracias al esfuerzo de Eddie Herr y su gran equipo de trabajo. El Orange Bowl empezó a repartir la misma cantidad de puntos para el ranking que repartían los Grand Slams, ese 'Grado A' que mantiene hasta estos días. Disputado siempre sobre el famoso 'clay norteamericano', un polvo de ladrillo verde algo más rápido que la tierra batida tradicional pero que no deja de ser una superficie lenta, en 1999 el evento principal dejó las instalaciones del 'Flamingo Park Tennis Center' para trasladarse al 'Tennis Center at Crandon Park' en Key Biscayne, reemplazando el tradicional 'clay' por el 'hard court'.
Los organizadores quisieron volver a las fuentes, a donde nació y se erigió como el sitio ecuménico del tenis mundial juvenil. En 2011, el Orange Bowl regresó a Miami Beach con la premisa de recuperar la tradición del certamen. La nueva y actual sede, el 'Frank Veltri Tennis Center' (arcilla verde) en Plantation (FL), se encuentra a cuarenta minutos en automóvil del fundacional 'Flamingo Park Tennis Center'. La USTA ha comenzado en 2013 un plan ambicioso para renovar las instalaciones del 'Flamingo' con la intención de retornar a la sede original del evento. El proyecto incluye un nuevo estadio de 460 metros cuadrados, 17 pistas de arcilla, nueva iluminación, paisajismo y nuevos riegos y drenajes. Además se restauró una gran placa de bronce que contiene los nombres de todos los grandes campeones que comenzaron su carrera allí.
Muchas futuras estrellas pasaron por el torneo al tratarse de uno de los cinco certámenes con más tradición en el tenis juvenil. Y el tenis argentino es parte de ello. Desde Modesto Vazquez a Juan Bautista Torres como finalistas y desde Guillermo Vilas a Thiago Tirante como campeones, el Orange Bowl, entre sus cuatro categorías, tuvo a treinta finalistas y diecisiete campeones albicelestes. En la categoría U18, la que augura un futuro promisorio en el profesionalismo, Thiago Tirante es el quinto campeón argentino, en una final 100% celeste y blanca (Juan Bautista Torres) por primera vez desde su creación. El nacido en La Plata ya había sido campeón del prestigioso torneo en U14, misma hazaña que Roberto Arguello y Mariano Zabaleta (U16 y U18).
La lista de finalistas y campeones argentinos incluye, entre otros, a Guillermo Coria, Juan Mónaco, Guillermo Vilas, José Luis Clerc y Juan Martín Del Potro, todos Top10 ATP luego de brillar en Miami siendo menores de edad. Se sabe que el éxito a edades tempranas no es sinónimo de una carrera exitosa como profesional (en la mayoría de los casos es contraproducente), pero sí es cierto que ayuda mucho en lo económico por los contratos con las marcas y porque apuntala al joven y le da confianza para lo que tendrá que enfrentar en los próximos años, la dura vida del tenista profesional que nada tiene que ver con el circuito de los jóvenes en el cual no hay dinero y donde la mentalidad, pilar fundamental en el circuito mayor, es el principal déficit de los chicos.


Daniel Vitale Pizarro

09 diciembre 2019

El submundo ATP


Los primeros torneos llamados Challenger fueron disputados en 1978, diez años después de iniciada la 'Era Abierta'. Auckland (Nueva Zelanda) y Hobart (Australia) albergaron dichos certámenes durante la segunda semana de enero de aquella lejana temporada en la que se organizaron dieciocho eventos en cinco países diferentes. El circuito se llamó 'ATP Challenger Series'. La segunda categoría de torneos en importancia detrás de los ATP se reestructuró treinta años después (2008) cuando la ATP se hizo cargo por completo de la organización, dando paso al renovado 'ATP Challenger Tour'. En comparación con la temporada inaugural, la cantidad de torneos (178) y los países representados (40) aumentaron de manera exponencial.
El mundo Challenger es un sitio poco conocido para el aficionado promedio de tenis y totalmente desconocido para el simple espectador. Allí habitan jugadores de todo tipo, con una velocidad de pelota y nivel de juego muy similares a los de un Top100 pero que sus recursos tenísticos y/o extra tenísticos no son suficientes para establecerse en la elite. Los cien mejores del mundo son los privilegiados que viven 100% del tenis, que disputan todo el año torneos ATP del circuito principal y que se pueden permitir viajar con un equipo de trabajo completo gracias al dinero percibido en cada torneo al que asisten. El jugador de Challenger no puede permitirse esos lujos...
En general el tenista de nivel Challenger oscila entre el Top150 y el Top400, tiene sponsor pero por objetivos o por un corto período de tiempo, viaja solo, o en el mejor de los casos es acompañado por un entrenador algunas semanas al año, muchas veces compartido con un colega. Es el 'Lado B' del tenis, donde el nivel es altísimo y el dinero es escaso. Apartémonos un segundo del tenis para pensar esto. Un tenista Top300 no gana dinero al final de una temporada, su objetivo es no perder capital, muchas veces prestado a largo plazo. A modo de ejemplo, un futbolista, basquetbolista o cualquier deportista considerado Top300 mundial, puede permitirse una vida de tranquilidad financiera, al menos hasta su retiro como profesional.
A veces no se toma consciencia de lo complejo que es vivir del tenis, sobre todo luego de ver en TV o internet las cifras siderales que reparten los mejores torneos del mundo. El US Open entrega 3 700 000 dólares al ganador mientras que el Challenger de Orlando premia con 7 200 dólares al mejor de la semana, en ocasiones ambos campeones son Top100. ¿Sorprendidos? Una buena noticia que recibieron en 2019 los luchadores del circuito ATP fue la obligatoriedad de parte de la organización de la hospitalidad (alojamiento) para todos los jugadores que disputen el cuadro principal de cualquier Challenger, un alivio para la gran mayoría de los participantes, principalmente para los que pierden en las primera rondas.
La categorización de los Challenger se volvió más simple a partir de 2019: CH 125, CH 110, CH 100, CH 90 y CH 80, en alusión a los puntos que gana el campeón. El año que acaba de terminar albergó 158 Challengers en cuarenta países distintos, mayoría CH 80 (99), la categoría más baja, algo lógico si tenemos en cuenta que a menos puntos entregados, menos dinero a repartir y más facilidad para organizar el evento. Los premios en metálico van desde los 50 000 dólares de los torneos más chicos a los 150 000 dólares de los torneos más grandes, nada si comparamos los 400 000 dólares del ATP250 menos importantes a los 57 000 000 dólares del Grand Slam más acaudalado. La diferencia es abismal.
Argentina, sumida en una crisis económica cíclica desde tiempos inmemoriales, organizó un solo  Challenger en 2019, el Challenger de Buenos Aires, en las instalaciones del coqueto 'Racket Club'. En ese complejo contexto, un año más los tenistas argentinos se la rebuscaron para ganar quince títulos Challenger, noveno país con más triunfos en estos certámenes. Aunque con un descenso escalonado en el último lustro, Argentina finalizó sexta en 2018, cuarta en 2017 y líder mundial en la categoría en los años 2015-2016, un logro que no se tiene ni tuvo en cuenta a la hora de los balances anuales del tenis argentino, ninguneado por la prensa especialista luego de la brillante etapa de 'La Legión' (2001-2010). Valoremos lo conseguido porque después lo extrañaremos.


Daniel Vitale Pizarro